miércoles, 12 de septiembre de 2007

xx.- "Yo vine al cursillo con la fe muerta"

De Tomás a Carlos.
IV. 01.01.01. La Fe encuentro con Jesús.
Yo vine al Cursillo con la fe muerta.

Me sentí descrito en tu charla sobre la fe. Autosuficiente, creído, algo altanerillo, voy pisando fuerte por la vida y tras una lucida carrera de Ingeniero, los negocios me van muy bien. Para colmo, María, está locamente enamorada de mí.
Te confieso que he buceado mi fe de bautismo y por más que he profundizado no me he encontrado más que a mi mismo. No me interesa Dios, como creo que El no se interesa por mí. He llegado hasta donde he llegado gracias a mi inteligencia y a mis esfuerzos.
Pero para que ella pase por mi huerto, el sexo, yo tengo que pasar por el suyo, la Vicaría: el Sacramento del Matrimonio en SU Iglesia.
Por eso me encontraste en el Cursillo. Esperando que todo pasara y pasara lo más pronto posible. Intentando evadirme lo más posible pero haciendo el paripé ante María para contentarla un poco.
Pero aquella noche me lo encontré de frente. Qué hacia yo en la vida, cómo la estaba gastando y en qué. Fueron para mi muy duras tus palabras sobre “el dios” que cada uno nos hemos construido. Un dios muy pequeñito, “a nuestra imagen y semejanza”, y no nosotros a imagen y semejanza de Dios. ¿Quién o qué es tu dios? Nos preguntaste. Para unos su dios, su becerro de oro, es el dinero, para otros el placer, para otros el sexo, o triunfar en la vida o la sociedad, la carrera, el bienestar, la casa, el chalet en la playa o la montaña, el barco, el coche de marca, el poseer, el mandar, el poder, el ser considerado por los poderosos o ricos, “el vientre” como dice Pablo, es decir todo lo material y hasta algo rastrero, no porque lo sea en sí sino por la jerarquía que nosotros le damos. Por nuestra escala de valores. En qué estaba gastando la vida yo y cómo la estaba gastando. Si merecía la pena gastarla sí. Si había más allá no sería esta una respuesta a mi postura en el más acá.
Siempre se llega a lo que en el Colegio de los Maristas nos enseñaron como “los novísimos”: “vida” añado yo, muerte, juicio, infierno y gloria. O de dónde venimos, a dónde vamos, qué hacemos aquí y dónde estamos. Me lo encontré de frente. Quise volver la cabeza de lado para no verlo, para pasar de largo pero no pude.
No nos decías que Dios nos crea y deja en libertad pero que se hace el encontradizo con nosotros varias veces en la vida y en algunas ocasiones con más fuerza. Añadiste que una de ellas era el cursillo de prematrimoniales puesto que nosotros íbamos a pedir un Sacramento del Señor Jesús. Posiblemente un primer paso dado por nosotros. Y El nunca se deja vencer en generosidad.
Sin embargo en verdad no estábamos allí por casualidad. Que aunque parecía y era elección nuestra era El, El Señor, el que nos había elegido y nos estaba llamando por nuestros nombres (nos repetiste las palabras de Buen Pastor) y llevado al Cursillos. Entre miles de parejas en el mundo, “nuestra pareja” había sido elegida por El. Quizás pudiera ser la última llamada, la última oportunidad del encontronazo. No, no podía pasar de largo. Tenía que responderme a mi mismo. Porqué había abandonado mi preciosa fe de chiquillo, mi ingenuidad del día de mi primera Comunión, de mis oraciones con mi madre antes de dormirme, del “Jesusito de mi vida”, de mis propósitos tras los retiros de los quince años con los Maristas, qué había hecho yo con la sencillez de mi corazón de niño, con la virilidad de mi corazón de joven cristiano, desde casi mi entrada en la Universidad. Y la pregunta que le hiciste a Pablo, Pablo, Pablo porqué me persigues, se me volvió en pasiva. Señor Jesús ¿por qué me persigues?






Tengo que pensarlo con serenidad y darle un sentido profundo a mi vida. Un sentido profundamente humano. Y si tu me la devuelves, Señor devuélveme y auméntame mi fe perdida,
Un sentido profundamente cristiano.
Señor, no pases de largo. Ven. Ahora. Te necesito.
Esta mañana cuando cogí el coche para ir a la oficina me encontré cantando: “Gustad y ved, que bueno es El Señor, dichoso el que se acoge a El” ¿No rea el canto de la Comunión, de mi Primera Comunión? Estoy contento, María. Muy contento. He encontrado de nuevo a Cristo, al Mesías, al Señor, a Jesús, al Salvador. Curioso, por María. Tú, mi novia, María, fuiste por María, la Madre de Jesús, quién me devolvió a El.

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