miércoles, 12 de septiembre de 2007

xx.- "Mi meta, ser feliz"

Diario de Ana.
LA VIDA SIN FE.
01.02.01. Quiero ser feliz. Mi meta.

Cuando la tierra termina justo en la punta del Everest o quizás un poco más abajo y el Universo se acaba donde termina la última estrella de la última Galaxia, la “irrealidad irracional de los dioses” desaparece ante “la realidad agnóstica de la lógica” del hombre, la inteligencia alcanza hasta su propio límite de engreimiento, y el corazón queda atrapado en todos sus contornos en el deseo incontrolable de alcanzar la felicidad. Así piensan muchos hombres y mujeres de hoy. “Quiero ser feliz”.”Tengo derecho a ser feliz”. Mi única meta está en ser plenamente feliz, y todo lo demás está subordinado a que este fin se cumpla. Y aunque a veces niegan que ciertos valores los minimenicen para enaltecer sus apetencias desbordada de “ser felices” en el fondo, familia, padres, hermanos, esposo o esposa, hijos, amigos, trabajo, diversiones o posesiones son en cuanto llenan sus apetencias de felicidad personal e intransferible y de desechan o limitan si la contradicen.
La vida queda reducida a su temporalidad y duración, la salud a calidad de vida y disfrute, al bienestar, el matrimonio a la frugalidad del placer o la compañía, los hijos al triunfo personal de realizarse en ellos, deben ser triunfadores en dinero, posición, carrera, profesión y matrimonio, buena familia, dinero, belleza y poder, el trabajo a la egolatría de ser creadores y triunfadores en la sociedad, y los demás a escalón en que apoyarme para poder subir un poco más.
Cuando algo me estorba para mi felicidad se arruga y se tira como un pañuelo sucio o un clines usado.
Y esos ramalazos de solidaridad, de justicia social, de bien común, de servicio a los demás, termina donde termina el propio regodeo que le producen y son compaginables con un despotismo con los hijos, un machismo voraz con la mujer o un feminismo despreciativo del macho, el hombre que reducido a macho productor de placer sexual, una explotación abusiva del propio obrero, y un desprecio espeluznante de las personas a su servicio doméstico, criadas, chóferes, jardineros, etc.…
Aunque se disimule porque no viste nada ser explotador de la vida y no amante de ella, yodo queda reducido a su propio egoísmo, porque los cuatro días que vas a vivir y que no se repetirán más, hay que vivirlos en plenitud quitando todo lo que estorbe a MI felicidad, único bien que poseo y por poco tiempo.
El mundo debo gozármelo cada día. La vida la debo exprimir como un limón. Y si he de pisar, pisaré, para que no se deteriore o para alcanzar mis objetivos. El hombre se convierte “en un lobo para el hombre”. Y si el sadismo, la crueldad, la tortura, la esclavitud o la humillación ajena me producen placer, ¿por qué no mientras pueda?
La historia está llena de historias de hombres y mujeres así. El corazón sin Dios se hace dios de sí mismo y se erige en ídolo para adorarse y que todos le adoren.
Desaparece toda moral, límites a mi libertad en nombre de qué o de quién. Sólo el miedo al cambio y la rebelión de los que piso con su posible y cruel venganza me hace suavizar mis ambiciones y disimular antes los demás que se han convertido automáticamente en adversarios y obstáculos posibles a mi felicidad.
Claro que lo primero que hago es negar todo esto a mi mismo, pues mi egocentrismo desmedido me puede producir vértigo y espasmos en la mente y el corazón y para ser feliz yo debo saberme y creerme dechado de virtud y generosidad.
Por tanto si tengo que mentirme, me miento. Si tengo que engañarme, me engaño. Si tengo que construir un ser falso, lo construyo pero con cara de bondad casi absoluta, pues ese rostro puede ser parte de mi felicidad.
Me construyo una moral basada en el respeto a los demás, límite digo de mi mismo y voy proclamando la lucha y conquista de los bienes para la colectividad. Pero disimulo y miro para otra parte en la realidad sin confesármelo, en cuanto puedan disminuir mis propios intereses que disimulo diciendo que son los de los míos, mi familia o mi clase social.
Sí, lo acepto. Este retrato es el del hombre límite. Porque el hombre en general es una argamasa de intereses y deseos, de generosidades y egoísmos, de apropiaciones y desprendimientos, de razones razonadas y de razones sin razón, opiniones convertidas en convicciones y de convicciones devaluadas por conveniencias u oportunidades, de no saber ni dónde está, ni a dónde, ni porqué actúa, en el fondo y lo más profundo de una argumentación racional y equilibrada, así.
Y así su egoitísimo “quiero ser feliz” se entremezcla con generosidades generosas y liberadoras, y sus límites vivénciales y de creencias con mitos, ídolos y dioses falsos.
Nadie es tan egoísta, que nunca tenga un alarde de generosidad. Nadie tan agnóstico que no crea alguna vez en Dios o en dioses, a veces hechos a su imagen y semejanza, y por tanto dioses pequeños y casi humanos.

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